Por Lisette Soto Delgado, desde México (*) | Imagen principal: Sandy Huffaker
Migrar: palabra difícil y controversial hoy. Sin ser experta en migración, puedo decir que soy migrante. Vivo hace tres años en México y pronto partiré a un nuevo país, que no es mi país de origen. En esta condición siempre suscito diversos comentarios. Para algunos, soy una “migrante bienvenida y legal” que se contrapone a los “migrantes de caravana”. Para estos últimos, soy una mujer valorada porque provengo de un país latinoamericano con una economía hasta hace poco considerada fuerte y estable, y elijo este país dispuesta a aportar mi juventud y mi incipiente trabajo intelectual. En estas sutilezas radica una abismante diferencia. En no pocos casos, mi nacionalidad abre sendas de solidaridad y compañerismo producto de la dictadura de Pinochet, momento en el que muchos chilenos llegaron en condición de exiliados. En momentos de discusión y de conflicto, para otros soy una extranjera con usos y costumbres que me distancian del país que me acoge, y causan incomodidad o, en no pocos casos, un exaltado nacionalismo.
Antes, sin ser migrante, y ahora siéndolo, poco me he cuestionado qué significa serlo, empapada de una condición de privilegio: nivel educativo, país de origen, salario, color de piel, etc. Ahora, y no sin pudor, reconozco que en ocasiones he discutido el tema sin mayores conocimientos y he reproducido inquietudes de ciudadana poco informada y discursos xenofóbicos que tienden trampas, puesto que han calado en sentidos y sentires comunes.
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Para conocer y desmitificar algunas ideas en torno a la migración, entrevisté a Alejandra López, fotógrafa, activista e investigadora autodidacta mexicana que vive y trabaja en Tijuana —en la frontera norte de México con Estados Unidos— desde el mediatizado paso de las caravanas de migrantes centroamericanos por México en noviembre de 2018.
¿Qué haces en la frontera? ¿Cuándo llegaste?
Me uní a la primera gran caravana migrante de centroamericanos cuando pasaron por Oaxaca. Me uní a ellos porque sentí el impulso de querer documentar (fotografiar) lo que estaba pasando, que era muy grande para mí, ver tanta gente entrando al país buscando una solución de manera desesperada. Llegué con ellos hasta Tijuana en noviembre de 2018. Si bien llegué con la idea de documentar, tomar fotos y entrevistar a la gente, luego me di cuenta de que se necesitaban cosas prácticas, como repartir las donaciones que llegaban, y hacer y repartir comida. Venía por una semana y me quedé tres meses. Luego, salí por un mes y regresé. Ahora trabajo en Tijuana.

En lo personal, ¿qué te moviliza a trabajar con migrantes?
Me motiva el tema migrante porque considero que es importante documentar lo que está pasando en el país, y para que la voz de la gente que está migrando sea escuchada no solo por los que la interpretan desde afuera. En este trabajo, primero me asocié con personas que, por medio de crowdfunding, organizaron un comedor comunitario (Comida No Bombas), y ahora coordino una casa que acoge a voluntarios que desean apoyar en la frontera. También, como parte de mis proyectos personales, estoy asociándome con gente que está buscando financiamientos en Texas y México con el objetivo de que los migrantes puedan realizar proyectos autónomos que resuelvan algunas de sus necesidades. Además, sigo documentando, haciendo fotografías y entrevistas, y generando información digital.
¿Quiénes llegan a la frontera todos los días?
A la frontera llegan migrantes de distintas nacionalidades. Principalmente centroamericanos, hondureños, muchos de ellos campesinos y trabajadores que vienen huyendo del narcotráfico y de las maras. También, en el último tiempo con las políticas restrictivas, han llegado muchos migrantes africanos, provenientes de Camerún y Eritrea, que no huyen de la pobreza, sino más bien de la violencia de sus países. Entre ellos se encuentran muchos profesionales, como médicos y maestros. Lo que no se conoce mucho es que muchos mexicanos también están buscando asilo político, sobre todo quienes viven en el estado de Michoacán, en la costa Pacífico, donde la guerra entre carteles genera desplazados internos y migrantes.
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¿Qué se encuentran al llegar a la frontera?
Primero, se encuentran con un muro de concreto. Segundo, con medidas migratorias en la frontera que cambian y modifican sus reglas de manera diaria para jugar con la gente. Antes de julio de 2019, aceptaban a 100 migrantes diariamente. Después de esa fecha, el número cambia constantemente y varía todos los días. Es curioso que el mismo caso de una persona migrante puede ser tratado de múltiples formas dependiendo del juez y de muchos otros factores. Nunca se puede dar una sistematicidad ni una lógica al procedimiento.
¿Qué es lo que más te impacta de lo que ves a diario?
Los migrantes son tratados como si no tuvieran derechos por migrar o por pedir ayuda. Creo que el enfoque con el que se trabaja en temas migratorios no puede ser asistencialista, centrarse solo en dar donaciones, muchos recursos, mucho dinero, por ejemplo. Los migrantes son personas con ganas de hacer cosas, con mucha capacidad y acción. Por lo tanto, tiene que existir una reestructuración en las ganas de querer ayudar. Es necesario encontrar estructuras que permitan que esto funcione mejor, es necesario organizar y saber canalizar de manera más estratégica todos los recursos que llegan. Por ejemplo, más que mucha ropa se necesita un lugar para poder lavar. Esto es muy similar a lo que vimos con el terremoto.

(*) Socióloga (UdeC), Magíster en Hábitat Residencial (UCh) y doctorante en Geografía (UNAM).