Piñera pasó a la historia

Por Matías Martínez (*) | Imagen principal: El Siglo

Pasar a la historia. Paradójicamente, la misma oración contiene dos significados para demostrar dos situaciones completamente distintas y excluyentes. Por un lado, podemos referirnos a algo o alguien que será recordado por su importancia y contribución, que merece la pena rescatar del olvido. De la misma forma, podemos estar hablando de aquello que ya no reviste interés, que no vale la pena rescatar y que probablemente será olvidado. Ciertamente, Piñera pasó a la historia.

Primero, debo hacer un disclaimer. Esto se parecerá más a un juicio polémico que a una evaluación historiográfica. La palabra y la evaluación histórica necesitarán sus propios tiempos y distancias. Sabemos que, al historizar el presente, surgen complicaciones a la hora de posicionar a un agente histórico en una trama, debido a la vorágine de nuestro propio tiempo, sobre todo en medio de un proceso revolucionario como el que vivimos actualmente. Nuestras expectativas, esperanzas y sesgos se mezclan con el esfuerzo de equilibrar las fuerzas de la historia y lograr “relatos disciplinarios”. Lo más probable es que estas columnas serán fuentes primarias para el historiador del futuro. Dicho lo anterior, sin embargo, se hace perentorio reflexionar sobre estos problemas, que se nutra la discusión actual y se construya la guía de acción necesaria para el futuro.

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De algo tenemos certeza: si Sebastián Piñera pasa a la historia, será por el estallido social. ¿Pudo haber estallido sin Piñera? No lo creo. En todos los fenómenos históricos encontramos la multicausalidad: causas de larga duración (“No son 30 pesos, son 30 años”) y de mediana duración, como la revolución estudiantil de 2011, pero siempre va a faltar un detonante que permita anudar los procesos que viajaban en paralelo. En historia lo denominan coyuntura. Como en la Revolución Francesa: mientras el pueblo sufría una hambruna generalizada y escasez de pan (imagino lo que pasaría con una escasez de pan en Chile), apareció la ya tan conocida —pero ficticia— frase de la reina de Francia María Antonieta, previo a la Toma de la Bastilla, quien se habría limitado a decir a su pueblo: “Que coman pasteles”.    

Tragicómicamente, en nuestro caso las frases no fueron ficticias y nos llenamos de mensajes motiv(deton)antes en el oasis de América Latina a levantarse más temprano y a aprovechar de comprar flores puesto que habían bajado de precio. Mientras, los escolares no tenían argumento ni tenía sentido seguir con las movilizaciones por los 30 pesos, porque “esto no prendió”. Y ahí tuvimos la coyuntura.

“Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta nada ni a nadie”, declaró el Presidente Piñera tras las primeras manifestaciones sociales de octubre de 2019. | La Tercera

¿Podría haber sido cualquier coyuntura dada la magnitud de las causas de largo plazo? Es justamente lo contrario: las dos revoluciones que presenciamos en nuestra historia reciente, en 2011 y 2019, fueron en los gobiernos de Piñera. Y es que el objeto en cuestión representa los valores y actitudes que son parte del viejo ciclo (y que Lavín había entendido muy bien, pero no logró extirpar su pasado chicago boy): la mercantilización de la vida cultural y social, la desigualdad legal y su consecuente impunidad [1], el hermetismo político (23 personas ligadas directamente con autoridades del gobierno) [2], los números en verde de los índices macroeconómicos y los rojos de la economía de hogar. En fin, ser la síntesis de la transformación de la política y la sociedad en un índice bursátil, porque “todo lo demás es música”.   

Desde el 18 de octubre de 2019, Sebastián Piñera pasó a la historia. Entregó el proyecto de su sector: por el lado político, la Constitución de 1980; por el económico, las AFP. A partir de entonces, gobernaron los alcaldes, el Congreso, la Convención Constitucional. De tanto plantear que la legitimidad de la política fuera un gráfico de todos los lunes, de tanto ver encuestas, lo logró: un 6% de aprobación en enero de 2020, un 9% en 2021. Pasó al olvido. Bueno, logró llevar por primera vez a la derecha al poder tras la dictadura, pero también se encargó de dilapidarla.


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Finalmente, el cuadro es perfecto. 3 de abril de 2020. El Mandatario se baja del auto presidencial rumbo a su casa y bordea la Plaza Baquedano. Se fotografía junto a los pies de la estatua, en medio de rayados. El más grande reza “FUERA PIÑERA”. Se siente un ganador; conquistó el territorio de los rebeldes a los cuales había declarado la guerra. El pueblo estaba en plena cuarentena, fase 1. En ese mismo momento perdió.

Al alejar el visor del microscopio, uno de los aspectos más interesantes no es ver la minúscula figura de un personaje histórico, sino todas las fuerzas que se mueven alrededor de él, subterráneamente, y que desembocan en los procesos sociales. Sería ingenuo, y muy conveniente, olvidarnos de que Piñera logró dos veces conquistar el Ejecutivo. Desde esta óptica, el objeto Piñera nos habla de nosotros como sociedad, de las formas en que se coartó nuestra agencia, de cómo nuestras expectativas e intereses cambiaron y, sobre todo, de cómo podemos volver a generar democracia y reencontrarnos en el espacio público.  

Citado hasta el punto de convertirlo en cliché, “la historia no se repite, pero rima”. Pero esta vez no para darle en el gusto a la oración, sino en la oportunidad histórica que se presenta ante nosotros y nosotras: lo que se destruye es la mitad. Falta aunar toda la fuerza creadora de los nuevos tiempos, y ese es el gran desafío que tenemos como ciudadanía.


[1] Daniel Matamala. “Prontuario”. En La Tercera. 9 de octubre de 2021.  

[2] “El mapa del nepotismo en el gobierno de Piñera”. En El Mostrador. 24 de marzo de 2018.

(*) Licenciado en Historia y Profesor de Educación Media, mención Historia (PUC).

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