Por Joe Guzmán (*) | Imagen principal: Biblioteca Nacional de Chile
La poesía es el campo de los suicidas, el de los héroes legendarios que arrastran el dolor y la rebeldía a contextos muchas veces atemporales. ¿Qué hay detrás de un poeta que elige la muerte antes que la vida, la escritura antes que la lucidez, los extremos antes que el centro? Posiblemente mucha soledad, mucho eco y mucho mito tormentoso que desfigura su obra, pero enaltece su vida.
Hay escritores sobre los que es difícil escribir objetivamente, poner un corpus teórico formal y solemne e ir desentrañando línea tras línea la esencia poética de su obra. A veces, es mucho más sincero partir de las metáforas y de lo ficticio para poder descifrarla. Incluso es mucho más realista, aunque suene algo paradójico. Esta interpretación figurativa se desarrolla, principalmente, porque el lector siente una mayor afinidad y conexión con el autor, pero sin caer en sentimentalismos absurdos.
Es lo que me pasa con Rodrigo Lira, poeta chileno de la década de los ’70. No puedo hablar o escribir sobre Rodrigo sin pensar en cataclismos, en pedazos de vidrio esparcidos por el suelo, o sin escuchar el sonido repulsivo y aterrador de un electroshock, como si fuera la onomatopeya de un animal raro que está a punto de morir.
Pensar en Rodrigo es pensar en todo lo que no se debe ser para encajar perfectamente en una sociedad moralista y pulcra. El sonido de las bombas, las metralletas y las arengas militares no importa mucho; lo peligroso es actuar como un artista desquiciado en esas circunstancias. Para ser como Rodrigo hay que tener unos cojones bien puestos y mandar todo al carajo en el momento menos pensado. Para escribir como Rodrigo hay que sufrir mucho. No hay alternativa.
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La poesía chilena tiene una de las mayores tradiciones en lengua castellana. A través de su historia, se han visto pasar poetas de una calidad admirable y envidiable. Lo curioso es que muchos de ellos han terminado sus vidas de forma terrible: Pablo de Rokha se disparó un balazo en la boca a los 73 años; Jorge Teillier murió entre los dolores de una cirrosis hepática (producto de su alcoholismo) a los 60; Eduardo Anguita, quemado luego de caer sobre una estufa encendida a los 78; Alfonso Alcalde se suicidó, en medio de una crisis depresiva, colgándose de un cinturón a los 70 años en un modesto cuarto que alquilaba; Violeta Parra se disparó en la cabeza a los 49; Pezoa Véliz murió tuberculoso a los 28.
Rodrigo Lira se suicidó el 26 de diciembre de 1981 hace casi 40 años a las 11:30 de la mañana. Lo hizo cortándose las venas de sus antebrazos con una hoja de afeitar. Ese día cumplía 32 años. Que se haya matado de esa forma y el mismo día de su cumpleaños solo puede ser interpretado a partir de su misma poética. Me parece que ese lento discurrir de la sangre que precipita hacia la muerte puede ayudar a comprender su escritura. Imaginar a Rodrigo desangrándose en la bañera de su departamento, reflexionado o recordando sabe Dios qué cosas, a medio camino entre la lucidez y el delirio, me atormenta. Es la misma sensación que me produce leer su poesía, donde hay espacios para la cavilación, el dolor, lo grotesco y la locura misma. Todo ello ha forjado una de las imágenes más terribles y hermosas de la poesía chilena, convirtiendo en un escritor de culto, alguien que prefería brillar con luz propia en la soledad de una caverna construida por él mismo.
Rodrigo podía definirse en una sola palabra: autodidacta. Aunque podrían añadirse otros términos, como esquizofrénico hebefrénico, esquizofrénico atípico, esquizofrénico límite. Es lo que padecía y que lo obligaba a sufrir dolorosos electrochoques en sus sucesivas internaciones en clínicas.
Personaje de sí mismo, le gustaba boicotear recitales, burlándose y remedando a escritores de su generación. Más odiado que amado, Rodrigo fue convirtiéndose en un fantasma incómodo y aterrador. Autor de poemas esparcidos por festivales y concursos literarios, obtuvo una mención honrosa en un concurso de la Sociedad de Escritores y el primer puesto, en 1979, en un concurso de la revista La bicicleta por el poema “4 tres cientos sesenta y cinco y un 366 de onces”.

Recién en 1984, a tres años de su muerte, se publicó su libro póstumo, titulado Proyecto de obras completas, que reunía casi la totalidad de su producción y llevaba un prólogo de Enrique Lihn. Desgraciadamente, pasó algo inadvertido hasta el año 2003, cuando fue reeditado y llamó la atención de los lectores chilenos y latinoamericanos.
De su poética se han abordado distintas aristas. Enrique Lihn escribió: “La poesía de Lira deriva de la censura y es el argot de una promoción o de un grupo generacional, que en no poca medida prolonga el trabajo antipoético y otros, pero en un contexto sociohistórico y político que convalida la poesía del absurdo y ennegrece aun más el humor negro”.
Lo dicho por Lihn en el prólogo del libro póstumo resulta significativo si se considera que a Lira le encantaba poetizar a partir de la parodia y de la burla como recurso de crítica: empleaba la ironía y la intertextualidad para derrumbar la figura de algunos poetas de la cultura oficial chilena.
Lo sufrió, por ejemplo, Vicente Huidobro. El poema de Lira titulado “Ars Poetique” es una clara alusión al “Arte Poética” del líder del creacionismo.
El vigor verdadero reside en el bolsillo
es la chequera
el músculo se vende en paquetes por Correos
la ambición
no descansa la poesía
está c
ol
g
an
do
en la dirección de Bibliotecas Archivos y museos en Artí
culos de lujo, de primera necesidad,
oh, poetas! No cantéis
a las rosas, oh, dejadlas madurar y hacedlas
mermelada de mosqueta en el poema
También Nicanor Parra:
… en fin, don Nicanor/ el señor Parra, escribió no recuerdo en cuál antipoéticoopúsculo/ “se me ocurren ideas luminosas” / y mientras no demuestre lo contrario/ advierto confieso aclaro/ que las mías son más y más hermosas/ —repárese en que me salió rimado/
Y Pablo Neruda:
A todo esto, el compañero / de taller relee al viejo Pablo Neftalino / —muerto de y desengordado por / el cáncer, calvo como / siempre (y como yo)— por pura coincidencia / justo poco días después / …
En estos ejemplos se evidencia que el hablante lírico manipula el lenguaje para establecer nuevos rumbos, dándole un nuevo significado a la realidad y a la vida y la obra de estos autores.

Fernández Cozman, al analizar la poesía de Cisneros, establecía que la ironía forma parte del campo figurativo o cognitivo de la antítesis: hay una oposición del escritor ante una realidad demasiado ceremonial, “subrayando la necesidad de contemplar las cosas a través de una burla fina y subrepticia, con el fin de fomentar en el lector un espíritu crítico y abierto a las innovaciones y cambios en el mundo cotidiano. La ironía, muchas veces, busca estrangular la cultura anquilosada, la cual es asumida diariamente en forma mecánica y alienante”.
Esto se adecua a lo que quizás pretendía Rodrigo Lira: desacralizar a las grandes figuras de la poesía chilena porque, en una de esas, intuía que nunca formaría parte del canon poético de su país. Mediante la ironía y la parodia, buscaba empobrecer los grandes símbolos poéticos que representan los autores oficiales.
A la poesía de Lira también le han asignado los rótulos de vanguardista, neobarroca, posmodernista, experimental y metapoética. En uno de sus textos, el propio chileno dio una pista y calificó su vida y su obra como barroco-contemporánea.
Sin embargo, en su poesía hay tres vertientes que me impresionan mucho. La primera se refiere a la poetización de los desequilibrios mentales, y que podríamos llamar “la poética de la locura”. La segunda es la poetización de la soltería. Y, por último, la poetización de la poesía misma, pero no en un sentido solemne y etéreo como lo hace Hölderlin, sino todo lo contrario.

Respecto a la primera, en las casi 150 páginas que conforman Proyecto de obras completas encontramos poemas donde se manifiesta, en forma metafórica y confesional, burlona y realista, el recurso de la locura en un yo lírico que se desdobla en distintas perspectivas y que termina confrontándose y retándose a sí mismo.
Advierto
que no soy un sicótico
me dicen “loco” pero a los que me dicen “loco”
otros a su vez les dicen “loco”
tal como se dice “flaco”
—a veces me dicen “flaco”
y un flaco re’flaco me dice “gordo”—.
Pero a Vd. y U. S. advierto
que, en verdad,
no soy un LOCO
a pesar de las etiquetas
vulgarmente llamadas diagnósticos
que me han aplicado
especialistas, y de los destacados
humedeciendo la goma de las etiquetas
con esponjas plásticas
las manos enguantadas en látex
El hablante lírico se confiesa, en segunda persona, frente alguien que supuestamente representa respeto y autoridad. Pero bien han señalado algunos teóricos que, cuando se usa la segunda persona en el campo de la ficción, es para referirse a uno mismo, estableciendo un diálogo esquizofrénico y alterado. Además, en el poema se hace mención del proceso de rehabilitación que sufría en las clínicas donde lo internaban.
Otro poema donde se poetiza sobre lo aludido es el titulado “Es Ti Pi”:
Sueñas terremotos; pesadillas/ silencian temas prohibidos:/ solemnes tentaciones, persecuciones/ sensacionales, televiendo pum-punes/ succionando tetas prostituidas / sobajenado traseros: —prominencias—,/ sobacos, trenzas, púbises/ separando tristes piernas/ sorprendiendo/ triturando/ poseyendo/ suponiendo trepanaciones perversas / sádicas torturas, profanaciones;/ siendo tratado profesionalmente;/ shocks terapéuticos/ —profilácticos—
Este poema de imágenes fragmentadas hace una clara alusión a la experiencia de Lira en los centros psiquiátricos, y sirve como crítica a todo lo que se lleva a cabo en esos lugares.

En una entrevista, el psiquiatra que lo atendió dice que la única energía curativa es la energía amorosa, y que la herida de Rodrigo era, en un 60 u 80 %, la falta de amor.
Sobre el segundo aspecto, el libro parte con un poema titulado “Angustioso caso de soltería”. Aquí, un personaje llamado Juan Esteban Pons Ferrer decide sacar a la luz un poema-anuncio para terminar su soltería:
se necesita/ niña de mano/ o de dedo/ o de uña —de uñas limpias, de ser posible—,/ de labios de senos de nalgas de muslos de pantorrillas/ y otros-as, niña de mano de pie o sentada/ en posición supina o de cúbito dorsal,/ boca arriba o boca abajo o/ preferentemente a horcajadas …
De igual manera, en el poema “Tres cientos sesenta y cinco y un 366 de onces” se recurre al humor negro ante la soledad y la falta de sexo:
Dada la continuidad de la ausencia de tibieza/ considerando la permanencia de las carencias y/ las ansiedades que se perpetran cotidianamente/ y el frío sobre todo en especial o solo/ o el frío completo en salchicha con mayonesa viscosa/ seminal y estéril/ la sábana sucia que cubre monstruosos ayuntamientos/ la escasez de radiación solar
Respecto a lo tercero, encontramos distintas citas. Lira busca desacreditar a la poesía misma bajo distintas perspectivas, y entabla una lucha desproporcionada y superficial (¡Oh, poesíiah! Il nostro ayuntamiento k a c a b a/ a a). Hace quedar al poeta como un ser irracional, imperfecto y vulgar, alejándose del estatus divino que le otorgaba Huidobro.
ESPANTOSA SENSACIÓN/ cuando te consta y es evidente/ que esa poesía que escribiste hace no mucho/ también está mal hecha/ la Poesía está/ mal/ hecha.
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En los siguientes versos, que conforman al largo poema “Testimonio de circunstancias”, también se desacredita al poema:
Porque lo que yo escribo, los textos como o casi como este
no son poemas
a no ser que poema no se escriba solo con /p/ de profundo
con /p/ de prístino, de puro, de plateado pétalo
a no ser que poema
se escriba también con /p/ de puta
de puta preñada, de puta pariendo: puta madre…!
de puta frígida, de puta estéril (puta la huevada)
de puta difícil de puta caliente de puta niña
joven mujer señorita o señora puta
—pringada, muchas veces—
con /p/ de puñal se ha escrito más de algún poema …
Posiblemente, el universo extraño y desafiante de Lira nunca sea interpretado ni explicado en su totalidad, debido a la alteración de las estructuras, los temas, la ruptura con la sintaxis, las categorías nuevas (“poemaanuncios”) y lo grotesco de su poética. Este texto apenas contiene esbozos o destellos: para comprender la poesía de Lira, se necesita menos academicismo y más pasión.
La vida de un poeta muchas veces resulta insignificante en un país aquejado por la pobreza, el egoísmo y la violación de los derechos humanos, pero es en este mismo contexto donde la obra adquiere valor y trascendencia por sí sola. Rodrigo Lira es de aquellos escritores que prefirieron el camino de la soledad y de lo laberíntico antes que la superficialidad de los halagos. Un caso parecido al de Juan Ojeda, poeta chimbotano, cuyo cuerpo fue encontrado al amanecer del 11 de noviembre de 1971 en un charco de sangre en la cuadra 23 de la avenida Arequipa, atropellado mientras toreaba autos …
Semanas antes de suicidarse, Rodrigo Lira participó en un programa televisivo llamado “¿Cuánto vale el show?”, donde recitó fragmentos de Otelo. Se le notaba algo ido, nervioso y desencajado. Luego de su performance, le dieron un pequeño monto de dinero, con lo cual se compró una bicicleta, la misma con que chocó en la Nochebuena de 1981. Luego manifestaría que ya no podía vivir más en esas condiciones y en esa ciudad. Oscura premonición para lo que ya todo conocemos.

(*) Docente de Educación Secundaria, mención Lengua y Literatura (Universidad Nacional de Trujillo, Perú). Autor de El devenir de lo incierto (Paloma Ajena Editores, 2014). La versión original de este texto fue publicada en el sitio Lima Gris el 23 de agosto de 2020.