«El juego del calamar» y la desigualdad contemporánea: ganar o morir

Por Antonia Espoz Jerez (*)

¿No te resulta curioso que, tras poco más de un mes desde su estreno en septiembre, la serie El juego del calamar ya sea un éxito mundial? La pelea fue codo a codo con La casa de papel por ser la más vista en la historia de la plataforma de streaming Netflix. Ambas series representan la desigualdad y las injusticias sociales, y están relacionadas con grandes sumas monetarias.

Ambas, también, son crudas y a la vez cercanas a la realidad. Nos hacen reflexionar respecto a qué valor le pondríamos a nuestras vidas o que estaríamos dispuestos a hacer (o perder) por mejorar nuestra solvencia económica. En el caso de la serie del director y guionista Hwang Dong-hyuk,  lo que me llama la atención es que, a pesar de la cantidad de violencia y contenido soft gore, nos impulsa a pensar si podríamos llegar al extremo de darlo todo a cambio de mejorar nuestro estatus, pagar nuestras deudas y “vivir” sin problemas de billetes ni metales.

Estamos sumergidos en un círculo vicioso en torno al dinero impulsado por el sistema capitalista. Ganamos plata trabajando, la gastamos en sobrevivir, nos endeudamos para disfrutar o incluso para seguir viviendo, y seguimos trabajando. De esta manera, el sistema se sostiene haciéndonos creer que el consumo es lo más importante para ser felices. Entonces entramos en la comúnmente llamada “bicicleta financiera”, donde todo se sostiene a través del crédito, en pedir prestado y pagar los intereses. A cambio, podemos disfrutar de una vida relativamente cómoda, pero con un miedo constante a no poder llegar a fin de mes. Claro, esto último no incluye a la parte más adinerada de la sociedad ni a la más poderosa.

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¿Será necesario tanto sacrificio para conseguir objetos materiales? ¿Todo se trata de encontrar un estatus político y social? Desde luego, lo digo desde el privilegio: distinto es estar desesperada por las deudas al grado de perder la noción de lo más importante y hasta poner nuestras vidas en juego. Cuando somos niñes, nada de esto tiene importancia, no deberíamos tener ninguna responsabilidad más que la de ser felices y jugar. ¿O acaso no te acuerdas de lo felices que éramos jugando a saltar la cuerda, el luche, las bolitas, el bachillerato o el fútbol callejero? Imagínate ahora que, por jugar estos juegos de adulto, pudieras ganar cientos de millones de pesos.

En Squid game, 456 personas aceptan una misteriosa invitación mediante una carta con tres figuras geométricas. Luego de ser adormecidas en la van que las transporta, despiertan en una especie de galpón, acompañadas de gente desconocida y uniformada, con un problema en común: muchas deudas. Luego del primer juego, una especie de “Momia es…” con un final mortal, se les informa a los jugadores que hay una enorme suma de dinero en juego tras la muerte de sus colegas, pero que solo puede haber un ganador. El dinero y la supervivencia toman el control.

Las controversias

A pesar de que la serie dio un batatazo internacional, no ha estado exenta de polémicas: hubo críticas a los subtítulos en español, acusaciones de misoginia, colapso de internet en Corea del Sur y  hasta denuncias de plagio de la película As the gods will, donde Shun Takahata, un joven adolescente al que le aburre su vida, se ve inmerso en un juego mortal junto a sus compañeros de clase.

Un afiche ce la serie «El juego del calamar», encumbrada como un fenómeno global. | Netflix.

A pesar de esto, la serie sigue teniendo muchísimos seguidores. Hasta se ha pensado en replicar la dinámica que narra en el mundo real (sin matar a nadie, claro).

Lo que no parece una copia es la idea de que quizás solo nos encontramos ante un nuevo contexto de “sálvese quien pueda”: la teoría de la selección natural, la ley de la selva o la supervivencia del más fuerte y/o del más hábil. En ambos casos, los participantes de los juegos se ven en una posición incómoda al tener que decidir entre su vida y la de los demás, además de explicitar la diferencia de prerrogativas en clases sociales y cómo estas afectan a la colectividad.

Ilusión de democracia: el control disfrazado de ayuda

Si pones un alimento frente a un animal hambriento y le dices que no se lo coma, se lo va a devorar igual: el instinto pasa sobre la lógica. En el caso de los humanos, seres pensantes y capaces de discriminar, nuestras decisiones deberían ir acompañadas de una reflexión y de un análisis del entorno, sobre todo si estas conllevan un riesgo. Pero, ¿qué pasa cuando la resolución se ve intervenida por un poderoso argumento como el dinero, un recurso indispensable para vivir?


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En el tráiler de la producción surcoreana se ve que se les da la opción a los jugadores de elegir si continuar o no con su participación, mientras se les muestra todo el dinero que podrían ganar si terminan primeros. Esto claramente influye en su decisión. Por lo tanto, se ven involucrados en una falsa democracia, donde se les da la opción de elegir, pero en la que se ven forzados a continuar por la desesperanza de volver a sus situaciones en el exterior.

Sin irnos tan lejos, Chile es un país altamente desigual en términos de ingresos, educación y bienestar. El 10% más rico tiene un ingreso 27 veces superior al 10% más pobre. Así, igualmente estamos en una especie de juego constante, donde la mayor parte de la población debe hacer malabares para llegar a fin de mes. Entonces, si es que hipotéticamente se replicara esta serie en Chile, ¿qué “decisión” tomarías?

Además de ser atractiva en cuanto al manejo de cámara, la banda sonora, la interpretación de los actores y los efectos audiovisuales, esta serie “maratoneable” y un tanto sádica es una representación de la vida real que, acompañada de la siempre adictiva competencia, nos invita a reflexionar. Si estuvieras en la misma situación, ¿tomarías la invitación?

(*) Licenciada en Educación y Profesora de Biología y Ciencias Naturales (UMCE) y Diplomada en Psicología Educacional (UCh). En sus palabras, Netflix la salvó de un “inminente suicidio mental”.

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