Argentina tras las presidenciales: la proeza

Por Daniel Salgado Núñez (*), desde Bs. As. | Foto principal: Rafael Leão

La pregunta sobre por qué Argentina es un país riesgoso e inestable económicamente tiene distintos abordajes teóricos. Todo aquel que conoce un mínimo la historia del país sabe que cada 20 años ocurre una hiperinflación y una consecuente devaluación de la moneda. La explicación remite a un enfrentamiento político hegemónico de dos discursos enfrentados respecto a la concepción del rol del Estado en la economía local y mundial. El análisis histórico nos hace comprender la estructura económica del país frente al mundo. En comparación con el resto de las naciones latinoamericanas, tiene ciertas peculiaridades y matrices socioestructurales que sitúan a la clase terrateniente agroexportadora como un sector privilegiado altamente beneficiado por las devaluaciones, una amplia clase industrial dependiente de su nivel de inversión y consumo —que emplea a la gran mayoría de la población y abastece casi en su totalidad al mercado interno— y, finalmente, un sector trabajador de masas menos beneficiado, que depende en su totalidad de su fuerza de trabajo para sobrevivir.

Desde una perspectiva macroeconómica, Argentina siempre se constituyó bajo una economía con una balanza comercial negativa, puesto que históricamente se exporta menos de lo que se consume y se importa al país. En estas circunstancias, sumado a que los sectores agroexportadores y la gran industria se dedicaron históricamente a fugar divisas sin control, los dólares en el país son y siempre fueron escasos. Por una cuestión de inserción de la economía argentina en el mercado global, y también debido al permanente desarrollo de la industria local para abastecer al mercado interno, en el país las importaciones y el consecuente gasto en dólares siempre fueron mayores a las ventas al exterior, que en este caso generan el sector de la gran industria y la producción del agro.

Cuando existe una situación prolongada de balanza comercial negativa es necesario compensar el déficit, es decir, financiar por lo general a la banca, a partir de deuda pública, para poder seguir financiando a privados que compren insumos, bienes o servicios. Esto provoca un efecto negativo que hace que aumente paulatina o abruptamente el tipo de cambio —dependiendo de las políticas económicas— y, por consiguiente, se incrementa el precio del dólar como efecto de una balanza deficitaria.

En este contexto, la situación de la mediana y pequeña industria es de suma vulnerabilidad. Si el tipo de cambio aumenta, los costos fijos como materias primas y los insumos de maquinaria hacen que la situación sea imposible de sostener, los precios aumentan constantemente y terminan dependiendo casi en su totalidad del consumo y de la inversión que se pueda obtener con las ganancias. La industria destinada a producir para el mercado interno ante una apertura económica, está en clara desventaja en relación al campo y la gran industria que está destinada a exportar y adquirir ganancias en dólares. Por lo general, todos aquellos que pueden pagar en pesos lo hacen, y mejor si es de forma financiada previendo futuras inflaciones. Como respuesta a lo anterior, la banca se endeuda y aumenta la tasa de interés lo más que pueda, lo que genera una espiral donde, por un lado, hay una desconfianza de la moneda y el dinero en mano, y por otro un consumo prácticamente obligado por parte de los privados que obliga a la banca a financiar el consumo de la gente a futuro. Esto produce un mayor endeudamiento de la banca que alguien finalmente tiene que pagar. Aquí es cuando el Banco Central responde administrando la deuda, y ese es el mecanismo con el cual el Estado hace pagar a la gente, al bajar su calidad de vida por medio de la devaluación de la moneda.

Frente a este contexto económico, lo que hizo el anterior gobierno de los K fueron múltiples intentos por darle importancia al consumo interno y, ante la situación de inflación, cubrir de alguna forma a los sectores más vulnerables mediante un sistema de precios cuidados y medidas básicas como las asignaciones universales por hijo. Paralelamente, para intentar paliar el aumento del dólar generó un cepo cambiario que limitó la compra de divisas para empresas y particulares. Con ello, junto al blanqueamiento de cuentas extranjeras, buscaba evitar lo máximo posible la incipiente fuga de divisas.

En relación a las elecciones y el porvenir político, la importancia del manejo de la opinión pública fue clave para la asunción de Mauricio Macri en 2015. Las principales cartas discursivas que manejaron los medios afines fueron la corrupción de la gestión Kirchner, el problema de la inflación y la impopularidad del cepo cambiario, que imposibilitaba —o dificultaba sustancialmente— la compra de dólares a privados. Estos tres ejes en los que se basó la opinión pública fueron las bases de un castillo de naipes que se desmoronó cuando la administración saliente no pudo alinear a la justicia para comprobar las causas de corrupción contra los K ni pudo manejar la inflación, junto con el hecho de que, por más que se sacara el cepo cambiario, la devaluación imposibilitó la compra de dólares para casi toda la población. Los que pudieron comprar dólares en gran cantidad fueron prácticamente los mismos que históricamente se hacen de ellos exportando y, como siempre, los fugaron. Por lo tanto, el vaciamiento continuó o, más bien, aumentó. Mientras, el dólar se hizo escaso y siguió aumentando sostenidamente el valor de la divisa.

Live Richer vía Unsplash.

Cambiemos, de donde surgió la figura de Macri, es una coalición de partidos liberales y de derecha que se presentaron a la elección anterior con un discurso modernizador, con la promesa de inserción en el mercado global y el objetivo de lo que para ellos era alcanzar el desarrollo y la pobreza cero. Estas metas en el plano político discursivo no tienen soporte en la realidad de las grandes masas, que necesitan más que del libre mercado y los trabajos precarizados para sobrevivir. Los ajustes y el alza de las tarifas en el gobierno de Mauricio Macri terminaron por inmovilizar la economía y, al corto plazo, dejaron sin capacidad de consumo a la mayoría de la población. A esto se deben añadir las medidas neoliberales del FMI para endeudar al país con préstamos millonarios, dinero que el Estado no invirtió en lo más mínimo para mejorar la calidad de vida de las masas de asalariados. Al contrario: bajo esta gestión se redujo el gasto público a la mitad en relación al gobierno anterior, mientras que el endeudamiento llegó a duplicar el PIB del país.

Los sectores que apoyan al actual gobierno se constituyen, por un lado, de grupos liberales antiperonistas y antiestatistas que creen de forma ortodoxa en la meritocracia porque se han comido de lleno el discurso del sueño americano, y por otro lado de las clases sociales históricamente acomodadas y beneficiadas por la posición de Argentina en la estructura económica mundial. Macri es parte de un sector privilegiado de la sociedad. Se comenzó a hacer conocido como hijo de un empresario multimillonario beneficiado por la dictadura y su experiencia política previa remite únicamente al puesto de gobernador de la ciudad de Buenos Aires. Él es parte de la nueva clase política CEO, cuya popularidad se basa en la desilusión de la vieja política y en la creencia de que si se es un buen gerente del sector privado, se sabe dirigir el porvenir político de un país. El discurso de “Porque es millonario no va a robar” sonó repetidamente en los comedores de las familias argentinas y se ganó un espacio importante en la opinión pública.

Lo concreto es que el mundo de Mauricio Macri difiere de la realidad de la mayoría, pero mucha gente se apropió del discurso de un millonario sin tener en cuenta su propia realidad, una realidad de trabajo, precariedad y dependencia. Es ahí donde gana especial importancia la incidencia de la opinión pública y la influencia de los medios de comunicación en la estructuración ideológica de las masas, a las que se alinea tras la noción de que el rico es un privilegiado beneficiado por sus habilidades: porque se lo merece. En este sentido, Macri parece alguien particularmente destinado a desmitificar la creencia de que las personas con un buen pasar económico son particularmente habilidosas, grandes emprendedoras e ideólogas que saben cómo hacer las cosas bien. En este momento de disputa hegemónica, la opinión pública hace más hincapié en la forma en que una persona con tanto poder llegó a ocupar esa posición mintiendo y sacando provecho de la esperanza de la gente por vivir bien, porque si hay algo que ha dejado en evidencia el capitalismo en estos últimos 200 años de vida es que lo que caracteriza al empresario es sacar provecho por medio de la sangre fría y el abuso, no particularmente por su empatía con el desvalido. Es quizás ahí donde radica la contradicción entre los intereses públicos y privados a la hora en que los políticos CEOS llegan al poder.

Existe un punto de suma importancia en el debate entre izquierda y derecha en América Latina. Cuando la primera denuncia siglos de saqueo de los recursos del continente para alimentar a las trasnacionales y empresas extranjeras, acusa una violación a la soberanía y apela a un derecho imperativo de autodeterminación de los pueblos. El liberalismo, que es la doctrina ideológica que imponen los sectores de derecha, sostiene que el mercado va a tender al equilibrio por autorregulación, y que los individuos que más se esfuercen van a conseguir superar la pobreza. Para ello es fundamental una sociedad que tienda a ser lo más meritocrática posible con la menor irrupción factible del Estado, que es sinónimo de ineficiencia y burocratización. La derecha en el continente no solo carece de sentido crítico, sino que, además, nunca tuvo un mínimo de análisis histórico. Está convencida de que el gasto público es dinero tirado a la basura. La realidad es que más de un tercio de la población latinoamericana vive sumida en la pobreza más cruda, y si esta realidad en el último siglo no ha cambiado se debe a un motivo estructural, no porque como trabajadores no nos esforcemos lo suficiente.

Mauricio Guardiano vía Unsplash.

La oposición tuvo el camino pavimentado casi sin esforzarse. Cambiemos tomó medidas apresuradas antes de las elecciones para calmar el descontento a raíz de la reducción de la tasa de consumo de la gente. El Ejecutivo, con desesperación, promovió planes económicos a última hora, como sacar el IVA a los productos de primera necesidad y relanzar planes de financiación bancaria en 12 cuotas para alimentar el consumo interno e intentar reanimar una economía con un mercado interno estancado. Es todo tan improvisado que, por momentos, parece como si sus actos fueran adrede y el mal manejo económico y político no fuera más que la torpeza de un grupo de niños ricos que jugaron a hacer política durante cuatro años. Es como una aventura pasajera: la proeza de un sector privilegiado que nada tenía que hacer en política, más que fugar 73 mil millones de dólares en su gestión y crear cuatro millones de nuevos pobres. Parece que nuevamente estamos donde empezamos; sumidos en la necesidad, en la dependencia y en la precariedad.

Alberto Fernández, como carta fuerte del peronismo, es un representante fiel de la vieja escuela. La excelsa retórica, sumada a la forma tradicional de hacer política, fue y sigue siendo la característica más propia del peronismo, como buen partido de masas. El Presidente electo es una figura fuerte y segura de sí misma; se yergue políticamente con un claro discurso intervencionista y se posiciona como un predicador de medidas económicas heterodoxas. Como heredero del kirchnerismo, Fernández se postuló a la presidencia dirigiendo eficazmente su discurso a los sectores más golpeados de la crisis económica. Junto con esto, tuvo una evidente ventaja: las estadísticas de la devaluación son claras y no hay ningún indicador económico positivo para la actual gestión. Su discurso confrontacional consiguió cautivar activamente a los grupos más golpeados con la recesión. El peronismo nuevamente es el héroe y va a seguir constituyéndose como el sector político dominante en Argentina, porque continuará como la fuerza que rescata una y otra vez al país de la hambruna.

El peronismo gana una y otra vez la batalla cultural porque se apoya en el hecho de que el Estado sí es necesario para que la gente sobreviva. Su victoria en las urnas es en realidad el grito de auxilio de la gente que lucha día a día por un plato de comida. Argentina necesita otra vez la intervención y el rescate del Estado, una presencia activa de las instituciones para garantizar el piso básico de dignidad de un pueblo históricamente saqueado. En consecuencia, todo discurso que se aleje de la realidad de necesidad de las grandes masas va a ser relegado a un segundo plano. El liberalismo nunca va a triunfar en Argentina, porque la realidad de pobreza se va a superponer a cualquier ideología que no surja de la premisa imperativa de la necesidad.

(*) Sociólogo.

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