Por Alberto Jorquera Villagra (*) | Imagen principal: Nick Fewings vía Unsplash
En las últimas décadas ha tomado fuerza la preocupación por el aumento de los desechos plásticos en el planeta. El principal problema que presenta este material es su alta resistencia, la que se ve reflejada en la dificultad para romperlo o desgarrarlo, además de su impermeabilidad. Estos factores, a los que se suma el bajo costo, son los que han impulsado su utilización exitosa en prácticamente todas las áreas que nos podamos imaginar.
Pero si analizamos esto a fondo podríamos darnos cuenta de que el plástico en sí mismo no es la totalidad del problema, sino más bien el uso que le damos como sociedad. ¿Qué quiero decir con esto? Un material tan resistente y perdurable no se puede —en realidad, no se debe— utilizar para productos desechables o de tan solo uno o muy pocos usos, como por ejemplo los envases de bebidas, los envoltorios de alimentos y las bolsas usadas para el empaque de productos, que tienen en promedio una vida útil de 10 a 15 minutos. Lo anterior también incluye los envoltorios que se pueden encontrar en la mayoría de las cadenas de supermercados del país y del mundo, que cubren las frutas y verduras como si sus cáscaras no fueran suficiente envoltorio. Habrá quienes piensen que esto es una exageración. Sin embargo, si nos detenemos a meditarlo por un momento y advertimos que gran parte del plástico que utilizamos irá a parar a los océanos, resulta relativamente fácil identificar el gran problema ambiental vivimos.
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En un estudio publicado en la revista Science, titulado “Plastic waste inputs from land into the ocean”, se estimó que la masa de plástico fabricado es de 275 millones de toneladas métricas al año, de las cuales la cantidad que llega a los océanos fluctúa entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas. Las implicancias nocivas de ello son numerosas, ya que, una vez que este material entra a los océanos, comienza a sufrir distintos procesos fisicoquímicos que ponen en riesgo a las especies marinas.
En particular, los plásticos fragmentados por acción del sol o las olas pueden absorber distintos compuestos químicos presentes en el agua, actuando como una “esponja química” que los organismos pueden ingerir y, de esta manera, almacenarla en sus tejidos y transmitirla hasta nosotros. Si bien es oportuno mencionar que actualmente no existen estudios científicos que puedan aseverar que esto representa un riesgo inminente para nuestra salud, es importante considerar que no es necesario que los plásticos se fragmenten para ser ingeridos por la fauna acuática. Hay muchos casos documentados en los que se han encontrado tortugas, aves y mamíferos muertos con sus estómagos llenos de tapas de botella, bolsas plásticas y envoltorios de alimentos.

Sin ir más lejos, en junio de 2018 una ballena murió en Tailandia producto de una obstrucción intestinal ocasionada por la ingesta de bolsas plásticas. Según informó la prensa de ese país, la autopsia reveló que en su estómago se encontraron alojadas 80 bolsas de plástico con un peso total de 8 kilos. Casos como este no son aislados. También se han encontrado tortugas con sus caparazones deformados por causa de plásticos que se utilizan para mantener seis latas juntas y focas o lobos marinos ahogados porque se quedan atrapados en redes de pesca abandonadas y que flotan a la deriva. Una vez más, queda en evidencia que los más afectados por este tipo de contaminación son los que nada pueden hacer para combatirla.
En base a diversos estudios realizados en la actualidad y a las predicciones que se hacen a partir de estos, se estima que en 2050 un 99% de las aves marinas habrán ingerido plástico y que en los océanos encontraremos más plásticos que peces. Por ello, el tiempo de actuar es ahora. Si no se toma conciencia y se produce un cambio de hábitos a la hora de escoger qué productos comprar y de qué manera se disponen los desechos, en especial los de material plástico, y los respectivos gobiernos a nivel mundial no gestionan planes de reciclaje efectivo, como impuestos a las empresas fabricantes que no invierten en mejores planes de manejo y/o materiales biodegradables, este será un problema de gran magnitud e irreversible. O, probablemente, ya lo es.
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En Chile, desde agosto de 2018 comenzó a regir la ley que prohíbe la entrega de bolsas plásticas en los grandes establecimientos comerciales, determinando un máximo de dos bolsas por persona hasta su entrada en vigencia, lo cual ocurrió en febrero de 2019 para todas las tiendas de retail y supermercados. En el caso del pequeño comercio, el plazo es de dos años como máximo para, así, llegar al año 2020 sin bolsas plásticas en ningún comercio del país.
Si bien esta normativa marca un inicio oportuno y necesario en el combate a la contaminación generada por el uso indiscriminado de plásticos, es necesario recalcar que no será suficiente si no viene acompañada de planes de educación en colegios, jardines infantiles, juntas de vecinos y empresas, entre otros. Resulta fundamental que la población completa asimile que este problema no es ajeno y que nos concierne a todos. Nuestro planeta es uno y el momento de cuidarlo es ahora.

(*) Licenciado en Biología (UdeC).