El universo de Gabriel Parra

Por Gonzalo Figueroa Cea (*)

Como “la curva del diablo” —ubicada 400 kilómetros al sur de Lima— se conoce el sector donde ocurrió el accidente automovilístico que le quitó la vida al baterista original y fundador de Los Jaivas, Gabriel Parra, un 15 de abril de 1988. Paradojalmente, pocos días antes y tras un recital de la famosa agrupación chilena, Gabriel hablaba del futuro y particularmente del “misterio que está detrás de cada curva”. Tenía 40 años de edad.

Más allá de las coincidencias, por dolorosas que sean, el hecho fue el cimiento para la transformación del músico en una leyenda que vive en su enorme influencia, y con razones justificadas. Este multinstrumentista de la emblemática banda viñamarina se transformó en una figura que no ha pasado inadvertida en la historia de la música nacional durante los últimos 50 años.

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Nuevas formas musicales

Inquieto es el adjetivo que mejor definió en vida a Gabriel Parra. Lo señalaron sus hermanos e integrantes de Los Jaivas, Gabriel y Eduardo. Juanita, su hija, lo ha ratificado. No se trata solo de un atributo que encajaba con la forma de ser de Gabriel como un hombre que no conocía la pasividad —hiperkinético, dirán algunos—, sino también con su interés constante de conocer nuevas formas musicales. Cuando Los Jaivas eran “High-Bass”, en 1963, los inspiraba el baile y el sentido festivo del término. La Nueva Ola era la tendencia musical popular predominante por entonces y el conjunto del litoral fue llevado por la marea del momento. No obstante, Gabriel, el menor de los tres hermanos Parra que conformaban el grupo, ya se sentía atraído por las fusiones.

El Álbum blanco de los Beatles, lanzado en 1968, fue bisagra en el concepto de universalidad de la música y claramente un referente para muchas bandas de la época, entre ellas Los Jaivas. Para su baterista fue una motivación especial. Los “fab four” ya habían instalado con propiedad algunos años antes, con Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, la idea de mezclar rock con orquestas sinfónicas, usar cintas al revés y practicar toda clase de trucos con la escasez de recursos que brindaban apenas cuatro pistas para grabar. Dicho de otro modo, los límites musicales no existían para ellos. Para los Jaivas, particularmente para su baterista, tampoco.

Archivo Los Jaivas.

Sin límites

La agrupación nacional ha sido encasillada numerosas veces de folclórica y, otras tantas, como cultora del rock progresivo. Eso revela la idea de “universo”. Allí cabe la enorme curiosidad que implica buscar nuevas sonoridades y hasta mezclar tipos de artes: no se trataba solo de combinar melodías y ritmos diversos como rock, música andina, jazz, cueca, fusión latina, variantes tropicales y otros, sino también poesía. El vínculo con Pablo Neruda y Alturas de Machu Picchu, de 1981, es una muestra de aquel universo, donde la igualmente recordada Violeta Parra fue homenajeada por el álbum de 1984 que le dedicó la mítica banda de la Región de Valparaíso.

Gabriel fue un motor de todo aquello. La estadía en Perú en abril de 1988, donde perdió la vida, tuvo que ver con ese mismo espíritu que transmitía: seis años y medio antes grabaron para la televisión Alturas de Machu Picchu en las mismas ruinas que inspiraron la poesía nerudiana. El impacto fue potente y Gabriel, algo así como un productor y un relacionador público de su propio grupo, pensaba en 1988 en una idea similar, que consistía en un concierto del grupo en Nazca, producto de su fascinación por la cultura incaica.

Disco Alturas de Machu Picchu, de 1981.

El universo de Gabriel, donde cabía la virtuosa obsesión de darle ritmo a la música pura, se ve reflejado en la capacidad de ejecutar diversos instrumentos. Solo en Alturas de Machu Picchu, y como botón de muestra, se cuentan allí, además de la batería, el bombo legüero, la trutruca y la tarka, entre otros. El segundo en la lista es de percusión; los dos últimos, de viento. Argentina y Perú admiraron aquel virtuosismo. Parte importante del resto de América Latina, además de Estados Unidos, Francia, Bélgica, Alemania, España, Italia y la Unión Soviética, entre otros países, también conocieron el talento del quinteto chileno.

La enorme herencia de sabiduría y energía musical era evidente. Corrían los años 90. Juanita, tras un largo proceso, se prepararó para ser la nueva baterista de la banda y asumir ese legado de los ritmos conocidos, así como la responsabilidad de aquellos por conocer. El resto es historia.

El 25 de julio, fecha de su nacimiento, pasó a ser desde 2013 el Día Nacional del Baterista por iniciativa de los músicos que tocan ese instrumento. Se trata de un homenaje para quien en 1979 fue calificado por la revista Music Week como uno de los mejores bateristas del mundo. No es poco decir en tiempos en que, solo en el ámbito del rock, sobresalían figuras como John Bonham, Neil Peart, Bill Bruford, Carl Palmer o Phil Collins.

La memoria siempre dirá «presente».

(*) Periodista (UB) y Diplomado en Periodismo Cultural.

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